MATIAS ANGHILERI
Odontólogo - ¿Escritor?
La peor idea... - (10/2012)
Hoy tuve la peor idea de los últimos tiempos.
Entré despacio… la miré fijo… me respondió sin siquiera pestañar.
Ella sabía que yo había pasado una y otra vez estos días y apenas me animaba a levantar la cabeza para verla. Pero hoy tomé valor.
Subí los escalones y entré a la farmacia. Me acerqué y suavemente le dije al oído: “Te suplico, te ruego. No permitas que tu aguja llegue a las 3 cifras”. Puse un pie sobre la balanza y pensé en brócoli, gelatina, frutas, rúcula y otros pastos que tenés que tragar cuando hacés dieta. Antes de apoyar el segundo pie me repito que soy una paloma, libre como el viento, ágil, suave, que aleteo para flotar como una pluma.
La aguja sube y baja, rezo, prometo ir a Luján, voy a lavar el parabrisas y darle billetes a todos los que me rompen las pelotas en cada una de las esquinas de mi amada ciudad. Juro aplaudir y pagar a cada uno de los espectáculos pedorros que me ofrecen en las esquinas que no me lavaron los vidrios, por más que haga malabarismos con 2 mandarinas y se le caigan a cada rato. Juro colgar la puta hamaca paraguaya que le prometí a mi mujer hace 6 meses y sigue juntando hongos en el garaje. Voy a levantar la tapa del inodoro cada vez que vaya al baño y a juntar la ropa después de bañarme.
Inspiro hondo con todas mis fuerzas y cierro los ojos. Lleno de aire mis pulmones. Lentamente mis párpados se entreabren y un número fatídico se me clava en el medio del orgullo: 101.3 kg.
Mis ojos se llenan de lágrimas y lo único que atengo es a acercarme y decirle al oído, porque seguramente me escucha: “Hija de puta…” No sé si al leerlo se interpreta. Háganlo nuevamente, pero con un silencio entre cada una de las palabras. Pónganle énfasis sobre todo a la última. Y que tenga tilde la U.
Pero qué boludo soy!!! Tengo puesta la campera!!! Y el pullover!! Sonrío, vuelve mi alma al cuerpo. Hasta la billetera me dejé en el bolsillo trasero!.
Me empiezo a desvestir como si frente a mi estuviera Jennifer Lopez diciéndome que tengo 30 segundos. Si me dejaban sacarme los bóxer me los sacaba. Justo hoy me tenía que poner estos zapatos que tienen suela doble con cámara de aire, 30 gramos ahí tengo seguro.
Atrás mío me está esperando una boluda que debe pesar 50 kilos mojada. Para qué carajo te pesás? Me dan ganas de decirle. Si tuviera un arma se la pondría en la sien al grito de: ¿Quién te mandó? ¿Quién quiere que me sienta más gordo de lo que estoy?.
¿Alguien me puede responder a qué ingeniero industrial se le ocurre poner esos ganchitos pedorros al costado de la balanza? ¿No se dan cuenta que se te cae la ropa? Lo tiro en el piso. La farmacéutica me mira mal. No me importa. Solo estamos la balanza y yo. “Te juro que te compro y nadie vuelve a poner un pie sobre vos” le mentí. Pero por favor, piedad…
Me vuelvo a subir. Rápido. Como cuando te van a poner una inyección pero como superaste los 18 años te tenés que hacer el superado, que es un trámite más y te dan ganas de cagar a palos a la enfermera porque te dolió como si hubiera pinchado un nervio y ni caramelo te dan cuando te vas.
101.2 kg. Pero de qué está hecha la campera? De papel maché? No será que esta balanza anda como el orto?
Salgo corriendo de la farmacia sin antes mirar despectivamente a la anoréxica que está atrás mío. Moría por decirle “Te falta carne por todos lados”, pero la respuesta “Y a vos te sobra, gordo” era terminante.
Entro agitado. Y eso que corrí menos de 1 cuadra. No saludo. Hay una digital que te cobra 2 mangos. Los pago. Simplemente para sobornarla. Todo sea porque la hayan trastocado un par de kilitos nomás. No quiero pesar 80. Decime 99.9 kg. Me saco todo y me subo. 3 cifras digitales pero esta vez de un color rojo sangre confirman el peor de mis temores. Alguna vez prometí colgarme de la plaza Rivadavia si superaba las 3 cifras. Dudo que alguna rama me sostenga.
Ahora comprendo por qué a la mañana, al ponerme los pantalones, tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano: Hincho mi pecho y con un movimiento pélvico intento cerrar el botón mientras que con el cuello me sostengo la camisa y siento como mis caderas suplican piedad. No se las doy. El primer intento fue en vano y libero todo mi aire nuevamente a mi estómago. Lo veo crecer y le echo la culpa a la constipación. Nuevamente inspiro lo más que puedo y llevando al máximo la fuerza que puedo hacer con mis bíceps logro concretar la unión de lo que parecían 2 continentes alejados por un océano. Me pongo el cinturón mientras maldigo porque no tiene más agujeros ni es más largo. El elástico se va a quedar marcado en la piel, lo sé. La gente pensará que uso los pantalones ajustados. Pero ir y comprar un número más es resignarme, es darme por vencido…
Llego al consultorio deprimido, cabizbajo, triste. Mido mis pasos. No quiero aplastar a nadie. Siento que la gente solo mira mi abultado abdomen. El chiste fácil de decir: “es que tengo una sola abdominal desarrollada” ya no me causa gracia. Me pongo la chaqueta. Me ajusta. Temo por algún ojo distraído que no vea venir algún botón que con ferocidad puede llegar a salir expulsado al grito de “SOY LIBREEEEEEEEEEEEEEEE”.
Pareciera que se complotan contra mí, me regalan una docena de facturas. No lo veo como un halago, siento que me están insultando. Igual como una. Pero con una culpa tremenda. Y al terminar de comerla me siento peor. No la disfruté y encima engordé. Ya debo estar en los 102. Encima organicé un asado para mañana y el fin de semana llegan visitas.
Ma´ si, el Lunes empiezo la dieta…
M.I.A.
Página Web: http://miangh.wix.com/historias-con-humor
En Facebook: http://www.facebook.com/HistoriasConHumor