MATIAS ANGHILERI
Odontólogo - ¿Escritor?
Ratatouille - Parte 2 - "La Revancha" - (03-2012)
Esta vez la historia comienza unos días antes, Jueves al mediodía decido ir a buscar la caldera que iba a darle temperatura a nuestro hogar. Me la carga un robusto joven (ya hablo como vieja con ruleros) con una carretilla en el baúl del auto. “Calza justo” me dice, obvié todos los chistes fáciles porque iba a terminar violado en una zanja en el medio de la ruta 51…
Llego a casa, sale a recibirme mi esposa, al grito de: “tenemos caldera, tenemos caldera”. Abro el baúl y me dice: “bajala que la tienen que poner hoy”. Esta vez no obvié los chistes fáciles, y largué una carcajada solo sin ningún tipo de repercusión, al menos positivo, en los músculos faciales de mi compañera.
“Si se puede”, me repetía mentalmente imaginándome frente a un estadio en las olimpíadas levantando pesas. La agarro de la misma manera que el increíble Hulk, y memorizo todos las precauciones que en algún momento leí en algún folleto perdido en algún toilette: “no flexionar las rodillas, equilibrarse, hacer la fuerza con todo el cuerpo”. Son solo 10 metros, si se puede, si se puede…
Primer esfuerzo y lo saco del auto. Necesitás ayuda? Me pregunta mientras ve el violáceo de mi rostro y las venas comienzan a hincharse…
Hice 2 metros y ya no siento las rodillas. Si se puede, si se puede… Me balanceo y al mismo tiempo sonidos guturales comienzan a salir de mis entrañas, “mmosaoamfgfgjj , mfgljhjsaaw”.
Avanzo 6 metros, cerca de la entrada de casa, zi ze puede, zi ze puede, probablemente la sangre que brotaba de mi lengua impedía que hable con claridad. Ya casi llego, dejaron de ser gemidos para ser gritos, comprendí el esfuerzo final de un maratonista, recordé los videos donde llorando alcanzaban la línea de llegada, miro al cielo implorando por una fuerza ancestral cual éxito taquillero hollywoodense y en ese exacto momento escucho como todas mis vértebras se convierten en una sola, y un crack al final que inevitablemente me recordaba que la vejez había llegado para instalarse.
Apoyo la caldera de mierda en el hall de entrada, y pateo la caja enojado conmigo mismo por haber transitado mi vida sin haber levantado más que una caja de cerillas. Me siento y me tranquilizo, con una mano acaricio mi espalda mientras que con la otra busco el dedo del pie rezando para que no me lo haya fracturado con el puntapié.
Dos días después, jugando apaciblemente con mi hijo, me quedo literalmente duro a 90° ante la mirada estupefacta de Valentino. Cama inmediata y analgésicos por favor. Solo unos días de descanso y de sentarme derechito y estaría como nuevo…
Esa noche, 2 de la mañana, mientras dormía apaciblemente, mi fiel mujer me grita: “volvió la rata!” . Dejala respondo, ya la va a matar las trampas del fumigador (que inteligentemente llamé después del primer relato). Minutos después casi me discoloca el hombro: “ahí está, ahía está!”.
¿Que querés que haga? ¡Dejala!. - Agarrá un palo me dice!
No me puede estar pasando de nuevo esto. Ya lo viví, lo relaté, se supone que no suceden 2 veces estas cosas. ¿Cómo un palo, otra vez? le digo
Está debajo de la cama, fijate. SI quedaba algún atisbo de masculinidad en mi lo perdí ante los ojos de mi mujer cuando vió como me doblaba cual contorsionista de circo barato para poder llegar al piso mientras luchaba con los dolores de mi ciática. 3 minutos exactos tardé en apoyar mi rostro en el suelo, y encima la hija de puta no estaba. Reposé 5 minutos haciendo que la buscaba para recobrar fuerzas y levantarme. En ese momento me di cuenta que el Señor había puesto gentilmente un silla al lado mío como sostén, compasión divina que le dicen…
No pronuncia la palabra Raid, y eso implica que aprendió. Se va a dormir con mi hijo a su cama y cierra la puerta tras su espalda. Somos 1 contra 1. Ella y yo.
Dejo una luz tenue prendida, sostengo la escoba con una mano y decido esperarla, acecharla…
Yo, dañado… desde el orgullo y lo físico, pero con un ímpetu juvenil que no coincidía con mis ruidos articulares.
La veo aparecer tras un mueble, bajo sigilosamente de la cama, me pongo las ojotas, me doy cuenta que la derecha la puse en la izquierda y viceversa pero decido no perder mas tiempo y ágilmente tiro un escobazo al viento que rozó por 30 cm al televisor, 12 cm al monitor, 1 metro y medio a la rata y dejó una marca en el parquet nuevo. Juro que la vi reírse, tenía una manito en la pancita y se sonreia la muy turra. Vuelvo a la cama, no sin antes ver que se metía nuevamente detrás del mueble.
Me dormito, y sus pasos sobre el parquet me despiertan, decido no ser pasivo, voy a buscar las otras dos trampas puestas en la casa (unas casitas de telgopor con veneno y pegamento en el centro hermosas), una de ellas puesta en la habitación de mi hijo. Mientras el frío y el sueño se apoderan de mi cuerpo observo como mi progenitor y su madre, roncan y se babean al unísono. Combato mis deseos de apoyar una almohada sobre el rostro de ella y mantenerla al grito de: “ahora dormís hija de putaaaaaaa”.
Recuerdo las clases de plástica de 4to grado y decido hacer un fuerte con las trampas, una al lado de la otra, a la salida del mueble. Me muevo sigiloso, como si la laucha se fuera a dar cuenta de cada pelotudez que se me ocurre…
Me siento en la cama, con la computadora prendida y orgulloso de mi genialidad.
1 hora tarda la muy jodida en aparecer, ya había visto Facebook, twitter, Outlook , Hotmail y la baba empezó a recorrer el monitor cuando se muestra, feliz, sobre el techo de la casita de mierda del ladrón del fumigador. Saltaba, se regodeaba, fue de un lado al otro, corrió por toda la pieza, en un momento le grito: “JUIRAAA” con fuerza, para ver si entraba, estuvo más cerca de un paro cardíaco que de comer el cebo.
Decido sacar la tapa de la casa y dejar el cebo al descubierto. Ya eran las 5, habían pasado 3 horas de lucha y era mi último intento, esta vez salió adrede, recorrió toda la pieza y pasó rápidamente por las trampas sin siquiera tocarlas.
Me rindo, mi pieza es tuya, eres una digna rival. Me superaste ampliamente mi querida adversaria.
Agarro una almohada, la frazada, camino cabizbajo mientras corroboro que la puerta se cierre detrás de mío, y mientras ella se adueña de mi habitación marital yo me tiro al lado de la cama de mi hijo. Antes de cerrar los ojos, resignado, miro a un costado a su muñeco preferido, quien otro que Mickey como última imagen con su sonrisa imperturbable sobre su rostro…
M.I.A.
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