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Mi primer semana de Dieta - (10-2012)

Domingo 11.58 pm. Me como el último pedazo de chocolate. Sin ganas. No importa. Es mi último permitido. En 2 minutos empiezo la dieta y dentro de un par de días me voy a odiar por no haberlo disfrutado.
Antes de ir a la cama decido investigar con el mejor médico nutricionista, clínico, cirujano, odontólogo que conozco: Google. En el buscador pongo: “Gordo desesperado desea bajar 20 kilos en una semana”. Inútil… Cambio la búsqueda: “Tips para adelgazar rápidamente”. Ahí encontré unos cuantos consejos y por la mañana comenzaré a utilizarlos.
Me acuesto, mala noche, dormí mal por el llanto de mis amados hijos, rutina en mi vida. Cuando todos se calman 
y mis ojos encuentran la gloria del sueño, empieza a sonar el despertador. En realidad es el celular, que tiene el peor sonido del mundo. Y nunca lo cambio a pesar de putear todas las mañanas. Encima hay gente que lo tiene de ringtone. Cuando estoy en la calle y suena ese ruido infernal desde otro celular me dan ganas de pegarle un sopapo al usuario por asqueroso. Me levanto, me meto en la ducha. A mitad de la ducha se apaga el calefón, obviamente tengo puesto el shampoo. Empiezo a sentir hipotermia y no puedo pegar el grito: “EL AGUAAA”, todos duermen plácidamente. Como Dios me trajo al mundo voy hasta el calefón. Un congelamiento terrible. Busco un encendedor, que por supuesto no está donde debería. Maldigo. Voy hasta la cocina rogando a dios no resbalarme y quebrarme el coxis. Encuentro los fósforos. Un desafortunado autito de mi hijo se cruza en mi camino. Con la destreza que me caracteriza (¿?) pego el manotazo y me agarro de una silla. Zafe. Sigo las instrucciones del calefón. Los 10 segundos que tarda en prender el piloto se transforman en 3 minutos, por dos intentos fallidos. No siento los pies. Insisto y me quedo esperando hasta que veo que enciende. Me da tiempo a evaluar mi figura en el reflejo del vidrio del lavadero.. Gracias a Dios empecé la dieta. Vuelvo. Espero que se caliente el agua y me meto. Ya sabés que es un Martes 13 aunque el calendario marque 9 de Octubre. Me termino de duchar y me doy cuenta que me olvidé de agarrar un toallón. Agarro una toalla de mano y me seco con eso, 1.90 metro de estatura y 102 kg secándose con una toallita de 20 cm con manchas de dentífrico. El frío ya se apoderó de mi cuerpo. Mejor me preparo unos mates y bajo las malas ondas. Llego a la cocina y mientras pongo el agua miro y el mate está lleno de yerba del día anterior. Detestable... Lo vacío.  La tostada sale quemada. La como igual, a desgano, con una mermelada de bajas calorías de frambuesa que tendrían que eliminar del mercado por el gusto a poco que tiene…

Pero estoy estimulado. Es mi primer día para cambiar mi peso que ha superado las 3 cifras. Uso edulcorante en el mate con un orgullo envidiable. Salgo de mi casa, con actitud ganadora,  y antes de ir al trabajo paso por el supermercado. Me encuentro leyendo cual jubilada las etiquetas de información nutricional de los productos light, comparando. “Mejor me llevo este que en 100 grs tiene 1 caloría y media menos” pienso. Mi chango es todo verde. Compro productos que me mienten descaradamente a la cara diciéndome que tienen gusto a torta lemon pie o a frutillas con crema. ¿Estos productos tienen control de calidad? ¿Alguna vez alguien se animó a probarlos? Y si la respuesta es afirmativa, ¿Alguien confirmó que estas personas tengan papilas gustativas? No importa, el inicio de dieta siempre hay que disfrutarlo. Porque comés las galletas de arroz, ensaladas, todo light y hasta  tomás agua con placer, felicidad, estás no sólo mejorando la estética de tu cuerpo sino también tu salud!....

4 días después: Me cago en la salud. Me cago en la estética. Quiero ser obeso pero feliz. Que me dejen solo tirado en una cama pero con un chocolate con almendras y un pote de helado a mi lado. Suena el despertador cuando, en mi sueño, estaba punto de degustar un delicioso sándwich de salame y queso con pan de baguette crocante recién sacado del horno. Despliego mi furia sobre la pantalla táctil de mi celular y lo apago de un manotazo lo más fuerte posible. Tengo el mayor malhumor que se puede tener en el universo. ¿Cómo puede vivir un ser humano sin carbohidratos?. Desayuno una galletita de arroz, que es lo más parecido a telgopor que he comido en mi vida. ¿Quién fue el hijo de puta que inventó el casancrem light? Alguien que lo encierre por criminal del buen gusto! .  Prendo la tele mientras me tomo unos mates. Aparece un metrosexual mostrando los abdominales. ¿Esa forma es real? ¿Que te pasó en la vida flaco, nunca comiste un pan con dulce de leche? Igualmente lo envidio. Y lo peor de todo es que bajo mi mirada para ver mi abdomen. Lo pongo firme: ¡Cuánta diferencia por Dios! Pienso en la opción de la lipoaspiración y la elimino. Fuerza, vamos por el 4to. día… Tengo que aguantar.
6to día: Estoy desesperado. Es Domingo. Día terrible. Hay asado. Y eso implica picada, achuras, pan, postre… Me tengo que concientizar. Llego y me espera un entremés de salame, queso, papas y snacks varios. Planteo la idea de chupar un salame como si fuera un caramelo y lo descarto. (Nota de la redacción: se solicita no utilizar la oración anterior para chistes vulgares y fáciles tales como: “quere´ chupar salame?”, “quere´ uno picado grueso?.”). Empiezo a servir el chorizo, molleja, morcilla. Los miro a todos comer y yo me sirvo un plato de pasto. El que diga que disfruta comer una ensalada de hojas verdes le recomiendo firmemente  que empiece terapia.  Como 2 trozos de carne “del tamaño de la palma de la mano”. ¿A quién se le ocurre aconsejar eso?. Estiro mi mano lo más que puedo hasta que crujen mis articulaciones para elegir los pedazos. Tengo un hambre que se parte la tierra. De postre: helado. A nadie se le ocurre pedir una manzana, no? Odio a todos los comensales. Mi hijo come como un descocido el helado y repite una y otra vez. “Aprovechá ahora que de la genética de tu padre no te salvás” grito hacia mis adentros. El hambre empezó a afectarme neurológicamente y no controlo mis pensamientos... Se le empieza a chorrear helado por las manos y cae.Juro que me tiraría, para salvar a esa delicia que toque el piso. Ya no me importa nada. La gente deja restos de comida. ¿Por qué no comen todo hasta reventar? La panza me hace ruido. Estoy muriendo por dentro…
7mo. día (se cumple la fatídica primer semana): Hora de la verdad. Mi acérrima enemiga enfrente: La balanza. Entro de una patada en la farmacia y me siento en un duelo como en el Lejano Oeste. Cierro mis ojos y nuevamente pienso en algodón, papel tissue, nubes, y cualquier cosa aireada. No, el chocolate aireado no cuenta para esto, me repito mientras lo elimino de la lista. Abro los ojos. Tanto esfuerzo tiene que rendir sus frutos. La balanza duda entre el 99 y las 3 cifras, pero el número 101 sentencia mis deseos, mis ilusiones. “Cómo te cruzaría por encima con una aplanadora hija de puta” le susurro amenazante con lágrimas en los ojos. ¿Qué te cuesta mentirme? Tirame un 98. Estimulame…

 

Quizás pensó que derribó a un gigante (por el peso), pero no sabe que despertó la furia de alguien que incansablemente se va a subir sobre ella hasta alcanzar su objetivo.
He dicho…



M.I.A.

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