MATIAS ANGHILERI
Odontólogo - ¿Escritor?
Distraído, ¿Yo? - (11/12)
¿Alguna vez tuvieron esa sensación, al salir de sus casas, que se están olvidando algo? ¡Antes de salir chequean, al menos dos veces, haber apagado las luces, el gas, las persianas bajas y haber cerrado con llave, y repasan una y otra vez llevar todo lo que necesitan!. Bueno, eso es lo normal en mi vida, la vida de un despistado. Vivír en ese limbo de olvidos continuos. Un día es la llave de la casa, otro la billetera, otro el cargador del celular, a veces llevás el cargador pero no el teléfono… ¿Celulares? Ya tengo una lista de ellos perdidos, o como prefiero decirlo yo: “se los regalo a gente desconocida”…
En fin, cuando sos distraído, sobre todo cuando viajas por trabajo, tenés microinfartos cardíacos en el momento que estás a metros de la terminal, y desesperadamente llevás la mano a los bolsillos del pantalón para chequear si tenés llaves, billetera, celular y, sobre todo, pasaje. Quizás lo hagas 4 o 5 veces en el transcurso de quince minutos. Porque a veces sabés que lo pusiste, pero dudás tanto de vos mismo, que volvés a fijarte con el mismo temor que la primera vez.
Aquí un par de ejemplos cotidianos, vividos en primera persona:
A los 14 años viajé en micro solo. Tenía que hacer combinación en una terminal. Bajo, me dispongo a sentarme aterrado porque tenía una sensación vaga que me había olvidado algo. No me percaté, hasta el momento de subirme al otro colectivo, que ¡no tenía encima mis bolsos!… ¿Cómo alguien puede olvidarse de recoger una valija cuando viaja? ¿Hay algo más en lo que tengas que pensar? Pero estaba justificado…era joven e inexperto.
Pasemos al año pasado, con mis 32 primaveras encima. Sale oferta espectacular por un único día en un concesionario de autos. Pongámosle Concesionario de Ford. Tenías que ir y comprarlo ese día para conseguir unos descuentos muy interesantes. Me llama mi mujer y me dice que cuando salga de trabajar vaya a verlos, que ella ya habló con un tal Juan. Llego a la concesionaria, pido hablar con él. Me atiende.
- Hola, que tal, mi mujer habló con vos esta mañana.
Juan me invita a sentarme frente a él, en su escritorio, y chequea su carpeta con los presupuestos pasados y posibles clientes. Busca lo que le dijo a mi esposa, pero con poca fortuna me dice:
- Tengo tantos presupuestos dados que se me pasó por alto, no la encuentro, pero decime…
- Me interesa aquel auto familiar.(Le indico con el dedo, haciendo alarde de mi poca idea de cualquier tema relacionado al automotriz, pero confirmando que queríamos un auto de esas características)
-Bien, le comento que de ese modelo tenemos de tal precio, de tal color, tal disponibilidad.
Yo escuchaba la sonata, nada de lo que decía coincidía con la oferta recibida por mail y ¡que mi mujer había confirmado con este vendedor por teléfono!… Mientras él hablaba, pensaba: “¡Pero estos ladrones me cobran lo mismo! ¡Al final no hay ningún descuento!”. Lo interrumpo, antes que se me empezara a escuchar el rechinar de mis dientes:
- En realidad yo vengo por la oferta…
La cara de póker de Juan con la que me miró como si le hubiera planteado la raíz cúbica de un número primo mayor al millón, fue sorprendente, pero su alma de vendedor pudo más y la intentó remar. Él imaginaba que había ofertas y no me iba a poder vender nada sin descuento.
- Ofertas salen continuamente. (Me confirmó, bajando la mirada, como quien oculta un as bajo la manga)
- Bueno, ¿y de cuánto es el descuento?… (Ya me sentía un mercenario, ¡estaba dispuesto a pelear a capa y espada esa oportunidad anual!).
- Si saco un poco de mi comisión te queda con un 5% de descuento.
- ¿Nada más?
Ya la cara de Juan se iba transformando mientras pensaba, seguramente, que era uno de esos bobos que esperan que le regalen el auto.
- Mucho más no te puedo rebajar…
- ¿Pero y la oferta del mail que le confirmaste a mi mujer por teléfono, de un descuento del 20%?
- (Silencio absoluto)
Ahí me salió la Lita de Lazzari, la defensora del consumidor. Cansado de ver cómo nos mienten en la cara, oferta tras oferta, decido enarbolar la bandera del desahuciado consumidor.
Piensen en una escena de cowboys, así de compenetrado estaba. Me mira, lo miro.
Yo no pensaba ni pestañar.
-Al final, ustedes los del Concesionario Ford, ¡son todos mentirosos!
El me mira desconcertado y dijo:
-Señor, este no es el Concesionario Ford, esto es Renault. Usted se está refiriendo a nuestra competencia directa, que está de la mano de enfrente…
- ………………………………………………………
En estos momentos es donde desearía un botón rojo, a lo agente 007, que diga “Eyectar” en la silla. No importa que me de la frente contra el cielorraso, quiero desaparecer. Si alguna vez voy a tener un infarto, que sea en este momento para poder salir lo más airoso posible de esa situación. Pero como ninguna de estas dos opciones suelen pasar, y como si esa charla no hubiese sucedido, pongo mi mejor cara de distraído y la intento arreglar con un:
-Bueno, entonces, ¿si sacamos un poco de tu comisión en cuánto quedaría?Reconozcamos que la mala suerte de que haya un vendedor llamado Juan en cada concesionario fue insuperable.
De esas anécdotas un montón, y cada vez que pasa alguna, te enojás con vos mismo. Te repetís que no volverás a hacerlo, cual borracho con resaca de la noche anterior. Pero reincidís siempre.
La última de todas fue hace un par de días. Viajo desde Bahía Blanca a Tandil 20.45 para dar una charla. Miro el pasaje: el colectivo sale de plataforma 2 a la 4. Siempre llego media hora antes a la terminal, porque, sabiendo mi condición de distracción, tengo miedo de perder el colectivo. Me siento a esperar. Mi mirada sólo estaba dedicada a pasearse por las plataformas indicadas por el pasaje. Transcurre 1 minuto post salida prevista, 20.46, el colectivo no aparece, ya mi taquicardia se hacía sentir. Se me ocurre chequear el boleto con más detenimiento y observo que tenía entre mis manos el boleto de vuelta: Tandil-Bahía Blanca. Y ahí comienza una reacción a nivel físico y mental que sólo aquel que haya pasado por situaciones similares puede reconocer: manos sudorosas, calor repentino que te ataca todo el cuerpo, cara colorada, desesperación general, lo podés acompañar, en casos graves, con corridas en círculos alrededor de vos mismo y golpes de la cabeza contra la pared.
¡La plataforma de salida era la 23, en la otra punta a la otra terminal! Salgo a la zona de andenes y observo a la distancia, que mi micro estaba retrocediendo para irse dejándome varado en mi propia ciudad. Agarro mi valija de mano y, la que pensaba despachar, y empiezo a correr. La gente abría paso al ver correr a un gigante con 100 kg desesperado con dos valijas que volaban al viento cual barriletes cósmicos. Dos metros después de la corrida recordé que mi estado atlético es patético. Con las piernas agarrotadas y faltando 15 plataformas empiezo a gritar como vieja con ruleros y perdiendo todo tipo de vergüenza:
-¡Tandil, Tandil!(y el nombre de la compañía) ¡Río Paraná, Río Paraná! (¡¡¡Cómo si el colectivo me escuchara!!!).
El bondi se empieza a ir y lo estoy alcanzando. La ventana baja del chofer me ayuda para ponerme a tiro y gritarle con el 3% de aire que me quedaba.
-¡ Tandil, Tandil! . En realidad quería decirle: “Frená, Hijo de Puta, que me muero…”. Pero era más corto Tandil, una frase para mí desaparecido aliento podía ser mortal.
El chofer frena, me mira con desprecio y me dice:
-¡Subí que me voy!
El colectivo era de los años 30, olvidate de despachar valija, apenas si tenía asientos. Decido sentarme con mi bolso de mano entre mis piernas y la valija sobre mis rodillas que, agradecidas, me recordarían por la mañana, las horas de viaje que les hice pasar.
Así, sin aliento, transpirado y con 30 kilos encima me doy cuenta que el asiento no se reclina. Pero ya estoy en viaje, y una vez más, me repito: “es la última vez que me pasa…”
M.I.A.
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