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Mi primer visita a la nieve - (12-12)

¿Quién no quiere visitar por primera vez la nieve? Quién no desea navegar poéticamente sobre la arena blanca deslizándose como el viento?. Exactamente esa fue la razón por la que, hace unos cuantos años, decidí viajar, conocer y destacarme, estúpidamente,  en el esquí…
Nunca serví para los deportes. Uno lo intenta, pero cuando no nacés para eso, cuánto antes lo admitas, mejor será para el bien de tu organismo y tu orgullo.
Desgraciadamente lo aprendí a los golpes, paso a explicar:
Primer viaje hacia un destino blanco. Me acompañaba mi mujer y su familia. Ella ya conocía. Sabía del arte de esquiar y hacía hincapié en lo sencillo que era. Apenas llegamos tiramos nuestros bolsos y salimos raudos a encontrarnos con la aventura. Yo maravillado con los paisajes, la naturaleza. Ellos preocupados por la tormenta de nieve que azotaba el lugar. Terrible. No se veía  a un metro. Mientras nosotros subíamos hacia el lugar deseado con cadenas en los neumáticos la gente con raciocinio, inteligencia, y ganas de ver crecer a sus hijos bajaba de la montaña.
Ibamos con otros autos. Otras familias. Todos volvieron. Nos acompañó uno hasta casi el final pero decidió pegar la vuelta. Lo más lamentable es que consigo llevaba la comida. Pero nada nos detendría. La montaña era nuestra.
De más está decir que los equipos eran alquilados. Y cuando vos rentás esos equipos y encima no tenés idea de lo que vas a hacer te dan lo peor, esquíes desastrosos, vestimenta con parches por todos lados, antiparras rayadas y botas que no desinfectaron en las últimas tres temporadas. En fin, se nota a 2 km que sos turista inexperto por los lugareños que se ríen entredientes mientras ven tu esfuerzo para mantenerte en pie.
Nos bajamos del auto y debíamos gritar para escucharnos entre nosotros. Mala señal que inequívocamente no acatamos. Pocos valientes estaban esquiando, probablemente expertos internacionales y campeones sudamericanos. Y ahí salió la viveza criolla. Aquello que nos tendría que avergonzar nos enorgullece. “Mirá, no hay nadie que controle el medio de elevación!”. “Lo dejaron libre y no hay que pagar para subir, vamos!!”. A ver pebete… No es que lo dejan libre para que se suba cualquiera, es que tenías que ser un suicida pasado de alcohol para subirte a esa pista, que justamente se caracterizaba por ser de un color negro (sinónimo de muerte para un amateur) por lo empinado y complicado del trayecto!
Obviamente subimos. No todos, éramos 3. Mi primo, mi mujer y yo. Imagínense que para subirme a la telesilla, tropecé y casi me pego con la silla en la cabeza y me desmayo. Así de hábil soy. Llegamos a la parte superior y llega el peor momento de cualquier principiante, tenés que bajar. De más está decir que nadie estaba para darte la mano como si fueras una viejita de 80 años. Y el temor de cualquiera que se inicia en esto es no animarse a saltar y empezar a girar en la telesilla,  como si fuera una calesita al grito de “Ayuda, Ayuda”. Me acerco al destino y, como no sé la técnica profesional de bajado,  decido descender tirándome  al precipicio con los ojos cerrados  esperando aterrizar sobre la blanda nieve. 1er. Mentira: La nieve no es blanda. Mientras tanto caí de pleno con mi metro noventa sobre otra persona que solo atinó a sacar la cara de la nieve para escuchar mi gracia: “siempre bajo así del medio de elevación!”. Si no fuera porque tenía los ojos tapados de nieve probablemente me hubiera devuelto el chiste con un golpe…
Llegamos a la cima y noté lo empinado que era. Tenía miedo. Mi primo, haciendo slalom, se había perdido en las penumbras del océano blanco. Mi mujer se calza los esquíes y me dice: “esto es sencillo, hacés así y vas para la derecha. Hacés así y vas para la izquierda. Y si ponés las piernas en cuña, frenás.” Dicho esto y demostrándome que es un estúpido el que toma clases de esquí durante meses se tiró y desapareció en la neblina.
“Estoy solo contra la montaña y esta es una batalla que no pienso perder”, pienso con una determinación  admirable. Busco en el fondo de mi ser lo que me queda de valentía y decido lanzarme al precipicio. Empiezo a sentir la brisa sobre mi rostro, la adrenalina fluye en mi sangre, empiezo a sentirme vivo después de tantos años de letargo!
2 metros y medio después mi cara deja de sentir sensaciones placenteras para clavarse en el fondo de la nieve, mis piernas se abren cual gimnasta artística al ritmo de la música que le brindan mis articulaciones y ligamentos estirados  y los esquíes se liberan de mis piernas buscando desesperadamente alguien que los sepa manejar. “¿Quién carajo me manda a mí a subirme a esta montaña?”. Con esfuerzo me coloco nuevamente los palos  sobre los pies. Recuerdo las breves lecciones. No eran tan difíciles. Izquierda, derecha, frenar. Me paro sobre la capa de nieve nueva que había caído con el ciclón que azotaba en ese momento. Cada vez menos gente me acompañaba. Nuevamente intento equilibrarme y esta vez antes que pudiera avanzar 3 metros entierro mi cuerpo entero sobre el frío destino. Se ve que mi vestimenta no conocía demasiado el término aislante. O no estaría preparada para ser cubierta por hielo. Mis extremidades sufrían hipotermia. No sentía un 80% de mi cuerpo. Mis esquíes volaron cada uno hacia una esquina diferente y pensé: Este es el fin. En eso se me acerca esquiando un niño de unos 4 años que no superaba el metro. Me acerca los esquíes y se desvanece en la tormenta de nieve. Pensé que era un ángel. Se fue. No me quedaba voz y probablemente no escuchó mis gritos de “¡Auxilio!” junto con mis lágrimas que se cristalizaban inmediatamente. Miro hacia mi costado y las sillas que subían gente se apagan. Me siento en una película de terror y empiezo a imaginar cómo encuentran mi cuerpo en óptimas condiciones en primavera al derretirse todo.
Última opción: junto los esquíes, rezo a la ley de gravedad y, sentándome sobre los esquíes, cual culopatín , se va el poco de orgullo que me queda para llegar a la base. Espero que policías y gendarmes estén aguardándome. En vez de eso todos está  mi familia tomándose un chocolate caliente en el bar… …-¡Por fin llegaste!, me dicen. -¿Por qué tardaste tanto?... Mis labios no responden, no porque no quiera sino porque no responden a mi mando.  
“Dichosos” pienso, mientras termino de sacar la nieve del fondo de mis botas y me prometo firmemente no volver a intentar locuras.


M.I.A.



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